A partir del siglo XIII, el sistema económico feudal comienza a ser superado por el mercantilismo; surgen las ferias y la banca, proliferan las compañías mercantiles y Europa dinamiza la economía, hasta ahora expresamente rural. Es lo que Carlos Cipolla denomina la “Revolución Urbana”: nuevas estructuras sociales, nuevos modelos de Estado y nueva economía.
Heredera de las nuevas tendencias intelectuales de los siglos XII y XIII, que reflejan respectivamente la ausencia de espíritu crítico y a su vez la esperanzadora incorporación de laicos en la producción historiográfica que comenzaron a desvincular a ésta de la Escolástica, la época del bajo medievo continuó, en apariencia, el curso marcado por el pensamiento intelectual plenomedieval que, si bien seguía siendo ante todo providencialista, empezaba a mostrar firmes deseos de renovación. Pese a que los historiadores comenzaban a interesarse activamente por los acontecimientos acaecidos, alejándose de la explicación teocéntrica en la que el hombre no es más que un pasivo sujeto de la narración, continuaron desempeñando una labor moralizadora, tan propia del sistema providencialista.
Fue en Italia donde se sintió con más intensidad el profundo deseo renovador que, sirviendo a grandes figuras y empleando generalmente la historia como instrumento político para sus señores, contribuyeron de manera decisiva al desarrollo del pensamiento moderno, trabajando en nuevas metodologías repugnancia ante los siglos de la Edad Media y veneraban el legado cultural de la Antigüedad clásica, retornando a ellos y rescatando el latín refinado, elegante y elocuente.
En el resto de Europa, más concretamente en Francia y los reinos hispánicos, este movimiento humanista no aparecerá hasta mediados del siglo XVI, desbancando a la dominante historia nacional de las Grandes Crónicas de Francia de la abadía benedictina de Saint-Denis en Francia y de las Tres Crónicas de Alfonso X, Sancho IV y Fernando IV en Castilla y León, entre otras muchas obras del mismo cáracter.
El hermetismo providencialista disminuía y signo de ello fue la aparición de obras en lenguas vernáculas, que junto con el interés
de la historia urbana ayudó a expandir el gusto por el estudio y el espíritu crítico. Con lo anteriormente expuesto es de entender que la época de los descubrimientos americanos sea en su faceta historiográfica un tanto contradictoria, a caballo entre la total aceptación del hombre como objeto histórico sometido firmemente a los designios divinos y la creciente necesidad de plantear nuevas cuestiones que aviven el sentido crítico del individuo.
Empresas descubridoras y el viejo mundo
Desde el punto de vista histórico, se presencia en los siglos XV y XVI un fenómeno expansivo por ultramar sin precedentes promovidos por reinos de la Península Ibérica.
A partir de 1450, Portugal expande sus territorios circunnavegando el litoral africano hasta el cabo de Santa Catarina en
búsqueda de oro, marfil y otros artículos, abriendo una nueva etapa colonial y creando nuevas urbes para facilitar las empresas, las cuales están movidas principalmente por factores económicos. Entre otros, la devaluación monetaria a finales del siglo XIV fue, si no decisiva, sumamente importante. Los Reyes Católicos de Castilla, tras la conquista del reino nazarí de Granada,
atenderán a las peticiones de Cristóbal Colón.
El descubrimiento de América
La difusión de la noticia fue espectacular pontífice Alejandro VI, dominus orbis, la redacción de una bula que garantizase los derechos castellanos. Pero Juan II, rey de Portugal, seguía reclamando para su reino todo el océano situado al sur del paralelo
canario, y los Reyes Católicos consideraron oportuna la solicitud de una segunda bula con vistas a la amplitud de derechos. Ambas bulas, llamadas Inter Caetera, tendrán sucesivas revisiones hasta la aceptación de Juan II que, pretendiendo
salir mínimamente perjudicado, solicita abrir negociaciones en Tordesillas, del cual surgiría un tratado que desplazaría al oeste la demarcación establecida en la segunda bula Inter Caetera.
Estos desencuentros, sin embargo, no impedirán el continuo desarrollo revolucionario de descubrimientos y conquistas, que reconfigurarán el panorama cultural español y europeo del siglo XVI.