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Sistemas Premonetales en el Mediterráneo Arcaico (I)


En la actualidad se tiende a infravalorar todo sistema económico que no se apoye en la moneda como objeto de intercambio, pero existen en la historia honorables casos que demuestran significativamente que no es necesaria la existencia de la moneda para generar transacciones, realizar ejercicios de comercio y mantener una economía fuerte y emergente. Pueblos tan relevantes económica y políticamente como el egipcio o el sumerio jamás usaron el sistema monetal. Es por ello que la prudencia recomienda que debemos conceder la misma importancia y relevancia tanto a la moneda, por su trascendencia y evidentes virtudes, como a los restantes sistemas económicos acaecidos en el vasto mundo antiguo.

Incluso en nuestros tiempos, pese al obligado concepto del dinero para definir a la economía actual, existen numerosas formas inmateriales y objetos con el mismo valor económico que la moneda que nos permiten realizar contratos de compra-venta. Esto demuestra que la moneda, si bien es por antonomasia el objeto representante del abstracto concepto del dinero, no es excluyente, sino un elemento más al servicio del hombre para facilitar sus relaciones comerciales y ejercicios económicos.

Economía primitiva y sistemas premonetales

Sin excedente no existe intercambio; es inherente al hombre el deseo de deshacerse de aquello que le es inútil y le sobra, y de obtener aquello de lo que carece. Así surge el comercio, y con él los primeros sistemas de intercambio, que se realizan sin ningún elemento que se asemeje en concepto a lo que actualmente llamamos dinero; surgirá más adelante, en un estadio de desarrollo económico superior.
La forma más corriente y primitiva de realizar intercambios o transacciones comerciales es la llamada trueque; en ésta, si bien se tiene en cuenta el concepto de valor del elemento a comerciar, no existe el de lucro comercial, por lo que se tiene especialmente en cuenta el hecho de
realizar intercambios con cantidades y valores equivalentes. O al menos en teoría, pues Diodoro afirma que los fenicios en la península ibérica indígena “sirviéndose se de su experiencia adquirían la plata a cambio de una pequeña cantidad de cualquier otra mercadería”. La plata de la
península también fue el producto preferido de los mercaderes griegos del V a.C., siendo altamente admirada por autores como Estrabón.
Una modalidad de dicho sistema es la que denominamos intercambio mudo, y tiene cabida mayoritariamente en las transacciones comerciales acaecidas entre pueblos de distinto nivel tecnológico. En ella, el pueblo de inferior tecnología depositaba sus bienes de permuta en un lugar concreto y pactado para acto seguido ocultarse; el otro pueblo aparecía y evaluaba el contenido de lo ofrecido en la permuta por el pueblo inferior. Tras un veredicto, depositaba en el mismo emplazamiento lo que consideraba era de interés para el pueblo vecino y en una
cantidad que consideraba equivalente. De esta manera, se prescindía del contacto directo y de la palabra en la transacción comercial.

La práctica del trueque, al igual que el intercambio mudo, era usual en los comerciantes fenicios que visitaban el occidente del Mediterráneo desde finales del segundo milenio, como describen autores como Diodoro, Avieno u Homero; Las relaciones comerciales de los fenicios
fueron de tal magnitud que expandieron esta práctica por múltiples rincones del mundo antiguo.
Lógicamente no fueron los únicos. Los griegos foceos, navegando en penteconteras, llegaron también a occidente y comerciaron con Tartessos2, emporio comercial, siendo los primeros griegos que visitaron la Península Ibérica. Prácticamente cualquier producto, de lujo o de primera necesidad, era y podía ser objeto de trueque. Era habitual a lo largo y ancho del Mediterráneo en estas transacciones el uso del metal en bruto; se sospecha que los foceos trajeron plata a Tartessos, y la minería de la península ibérica, que aportaba estaño en Galicia y plata y cobre en el sur y levante, como comentamos, era popular en todo el Mediterráneo oriental.

Las ventajas del uso del metal en bruto como producto de intercambio eran notorias: es un material divisible, para conseguir valores proporcionales y equivalentes, es fácilmente reconocible y se transporta sin muchas complicaciones. Ya desde el III milenio en Mesopotamia se
recurría a lo denominado, en alemán, hacksilber: plata troceada para su uso comercial, un exponente claro de la paleomoneda, y tenemos indicios claros del uso de rollos de metal entre la población del reinado de la tercera dinastía de Ur. En el Egeo, desde el II milenio a.C. se emplean objetos en forma de piel de toro, especialmente en Chipre, Cerdeña y Creta, y también panes de cobre como objetos premonetales, al igual que lingotes de cobre, plata e incluso oro. Productos de alimentación y de primera necesidad como el aceite y el vino fueron también elementos comunes de intercambio, como atestigua la cantidad de ánforas halladas de origen chipriota, rodia y quiota en diversos asentamientos tartesios.
Pero este sistema planteaba diversos problemas. En primer lugar, ¿Cómo se podía establecer un sistema de intercambio justo para todos los productos, existiendo una diversificación tan amplia de los mismos? Y, sobre todo, teniendo en cuenta la variabilidad cuantitativa y cualitativa de los mismos. Esta cuestión parecía no tener respuesta directa, siendo el trueque un sistema que incluye problemas prácticamente irremediables. Las medidas adoptadas naturalmente para superar las cuestiones previas desviaban la evolución establecida anteriormente del desarrollo premonetal: sin abandonarse con totalidad el sistema del trueque, comienza éste a ser sustituido por el empleo de diversos elementos materiales que dotarían de ciertos patrones de medidas a la acción del intercambio, que deberían solucionar los evidentes
problemas del trueque.
Por un lado, la antropología y la etnología nos aclaran el frecuente uso de objetos denominados monedas naturales; productos naturales de habitual uso, asequibles en el entorno próximo de las sociedades que ejercían esta práctica, y servían para valorar tanto productos como servicios, asumiendo la función práctica que más tarde tendría la moneda. Este estadio económico premonetal de la edad del bronce tuvo amplia difusión en todo el Mediterráneo; tiene, de hecho, su reflejo como rasgo cultural en obras literarias como La Odisea y La Iliada4. En época micénica fueron habituales las monedas naturales de bueyes y metales. De hecho, el uso de ganado como moneda natural se revelará como fenómeno habitual y de gran trascendencia en todo el Mediterráneo: tanto en el imperio aqueménide como en la sociedad romana fue usada como unidad de valor fijo. Su trascendencia se revela en el actual uso de la palabra capital para designar toda posesión económica, que procede del vocablo latino caput, que significa cabeza y que servía como unidad de valor del ganado como moneda natural, al igual que pecus o rebaño, actualmente usado como pecunia y abarcando el concepto de dinero. De todas formas, está constatado que la diversidad de elementos que hacían función de dinero en el estadio económico de moneda natural era extraordinariamente amplia: tenemos conocimiento del uso de conchas, plumas, telas o sal tanto en la arcaica Iberia como en otros puntos indígenas del mediterráneo europeo.

(Continúa)