Érase una vez un joven filósofo asomado a la ventana de una torreta de piedra en las afueras de un pequeño pueblo bajo un cielo negro lleno de pequeñas bombillitas que eran encendidas sólo cuando caía la noche. Su nombre completo era Berdo Luzo Berialtes y le apodaban Waton, y allí solía todas las noches esperar la llegada del amanecer, mientras caía inmerso en sus pensamientos. En concreto, recordaba los tiempos en los que el planeta giraba y los dioses velaban por los hombres.
Hace mucho tiempo el planeta de Mátesis estaba vivo; pero, para sorpresa de todos, desde que fue levantado el primer ayuntamiento, dejó de girar.
Todos los habitantes se preocuparon por ello, y el alcalde celebró unas reuniones con los más insignes filósofos y pensadores de Mátesis; durante tres ciclos lunares, éstos debatían y gritaban y decían las cosas más disparatadas sobre el cese de giro del planeta. Mente de Ajueras, el filósofo más destacado e histriónico de la casta, expuso la teoría de la huelga de los dioses; según ésta, todas las deidades menores y mayores hubieron de reunirse en algún punto del cosmos y llegar a la conclusión de que el ser humano pretendía volverse dios. Esto no gustó a ningún divino, ya que ellos ya velaban por el equilibrio natural del orden del cosmos y de las cosas vivientes desde el comienzo de los tiempos.
Tras contemplar el deseo de los hombres por autogobernarse y transformar el mundo para antropizarlo, negando así la importancia del orden natural velado por los dioses, éstos decidieron hacer huelga y no trabajar jamás para el hombre. Y así fue como los ríos dejaron de correr, las estrellas dejaron de brillar y el sol dejó de salir por las mañanas, entre otras tantas cosas que ocurrían sin la intervención del hombre y por su propio beneficio.
Todos los pensadores reunidos celebraron con aplausos el acierto de la gran teoría de Mente de Ajueras, y preguntáronle qué solución cabría para dar salida al fatídico cese del ciclo vital. Mente de Ajueras pidió retirarse a las montañas para meditar durante un ciclo lunar completo, y prometió que, si este deseo le era finalmente concedido, traería la solución definitiva. Así fue como el filósofo desapareció de la vista de todos y, medio desnudo y con una negra y espesa barba, se presentó tras un ciclo lunar en la plaza de Mátesis. Pretendía encaminarse al ayuntamiento, pero el pueblo entero recibióle, rodeándole, en aquel lugar para escuchar la resolución definitiva.
- ¡Nos autoproclamaremos dioses! - Anunció levantando las manos y cerrando los ojos, bajo un halo de luz en el centro de la plaza.
- ¿Cómo podemos autoproclamarnos dioses, oh, sabio filósofo? - Dijo una voz de entre la turba, y, tras escuchar estas palabras, el pensador abrió los ojos hacia el cielo.
- He estado conversando con ellos durante estos días - contestó recogiendo sus brazos - y éstos aplauden la idea de nuestra independencia, siempre que acatemos un precepto para ello, y éste es el cultivo de la verdad, el amor, la búsqueda del conocimiento y el respeto.
- Sí, sí... ¡Pero cómo nos autoproclamaremos dioses! - Volvió a decir alguna otra voz.
Mente de Ajueras se subió a la escalinata de la biblioteca para poder divisar a la masa. Y esto fue lo que dijo:
- Cada uno de nosotros, oh, pueblo de Mátesis, deberá tener una obligación divina y cumplirla siempre; que uno de vosotros sea quien haga correr las aguas de los ríos, y que otro de vosotros sea quien haga iluminar el cielo por las noches. ¡Seguidme al ayuntamiento, y allí decidiremos cuál es el acometido de cada uno de vosotros!
Al joven Waton le fue encomendada la tarea de cambiar la luna por el sol, y viceversa, siempre que llegara el amanecer y el atardecer.
Y allí esperaba, como cada noche, escuchando el arrullo de alguna paloma cercana y sintiéndose observado por los búhos, observando las estrellas y esperando que llegara el amanecer para hacer su trabajo, mientras pensaba sobre las cosas más disparatadas jamás imaginadas, como buen filósofo que era.
"Oh, las bombillas del cielo comienzan a parpadear... ¡Ya llega el amanecer!" Pensó para sí Waton, justo antes de bajar las escaleras de piedra de su torreta, colocar su larga y vieja escalera de madera para subir al cielo y coger la gran bombilla solar entre sus manos.
Pero, tras subir al cielo por la escalera y llegar a la altura de la luna, ésta no se podía desenroscar; parecía estar adherida al cielo. Este imprevisto desconcertó a Waton, quien intentó durante largo rato quitar la luna de entre las estrellas para colocar el sol y así hacer amanecer en el pueblo.
Comenzó a ponerse realmente nervioso cuando numerosos pueblerinos se presentaron ante su torreta, todos enfadados y gritando, exigiendo explicaciones sobre el no amanencer; uno de ellos, vociferando y rojo como un tomate, exclamaba:
- ¡Estoy seguro de que ha vuelto a quedarse dormido, como aquella vez en la que ocurrió, no amaneció y durante un día completo fue noche!
- ¡Amigos, calmaos! ¡Estoy aquí arriba! - Exclamó Waton desde las alturas, subido a su escalera de madera y con el sol aún entre sus manos.
- ¿Qué haces ahí arriba, que no cambias la luna por el sol? - Le preguntó uno de los asistentes.
- ¡No puedo desenroscar la luna! ¡Parece estar pegada al cielo!
Un gran tumulto explotó entre los presentes, hasta que uno de ellos se acercó a la escalera y gritó:
- ¡Baja de ahí, inútil! ¡Yo la desenroscaré!
Pero, tras el intento de varios presentes, lo dejaron por imposible. La luna no se desenroscaba y no amanecía en el pueblo. Así que, tras debatir acaloradamente bajo la luna, decidieron ir a la casa de Mente de Ajueras para exigir una explicación al extraño suceso.
Cabreados, aporrearon la puerta de madera de la mansión del filósofo. Éste, sorprendido y con legañas en los ojos, abrió en pijama rojo y bata de estrellas doradas, y antes de poder articular palabra, parte del pueblo discutía a gritos en el salón de su mansión, a la luz de la luna que penetraba a través de las grandes vidrieras de colores.
Mente de Ajueras hizo alarde de un gran autocontrol al ver cómo todos pisoteaban la carísima alfombra persa que le regaló un buen amigo del planeta Tierra, y esperó con paciencia a que todos callaran. Nadie se molestó en explicarle qué sucedía, pero pronto lo adivinó gracias a sus inexplicables y místicos poderes psíquicos.
Una vez se hizo el silencio, así habló:
- ¡Pueblo de Mátesis! ¡La luna ha cambiado de naturaleza! - movió la bata como si fuera una capa. - ¡Esto requiere un comité de sabios!
Tras estas palabras, volvió a hacerse el caos entre los asistentes, hasta que la luz de la luna desapareció del cielo. Desconcertados, todos giraron hacia la vidriera para contemplar el cielo sin luna. Tras unos segundos, ésta volvió a aparecer en el cielo.
El bombillero luciérnago del pueblo se acercó a la vidriera a paso lento y señaló la luna.
- La luna ha pestañeado. - dijo. Y, tras una breve pausa, añadió: - No es una luna... ¡Es un ojo!
- ¡El ojo de un monstruo! - Exclamó Mente de Ajueras, y el caos estalló de nuevo en la estancia.
- ¡Vayamos al bosque, construyamos lanzas de madera, subamos al cielo y matémoslo! - dijo eufórico algún presente. Todos partieron hacia el bosque, y el salón quedó desierto, a excepción de Waton y Mente de Ajueras. Éste último suspiró.
- Acompáñame.
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