Tras la travesía de una larga escalera pétrea de caracol, una biblioteca subterránea, varios pasadizos secretos y una cámara ritual llegaron a una pequeña puerta de madera, apenas alumbrada por una antorcha casi extinta. Mente de Ajueras apartó a Waton y se acercó a la puerta.
- Detrás de esta puerta duerme mi mascota secreta. - Le dijo a Waton mientras se giraba hacia él.
- ¿Tu mascota secreta?
Mientras asentía lentamente, el filósofo abrió la pequeña puerta chirriante.
- ¡Shhhhhhh! - exclamó llevándose un dedo a los labios - no hagas ruido. Tiene mal despertar.
Ambos penetraron en la amplia estancia, y, salvando la penumbra que dificultaba toda visión, Waton creyó ver una bestia de dimensiones colosales; concretamente, sólo podía ver un gigantesco ojo cerrado.
- Es... ¿es un dragón? - Preguntó Waton con voz temblorosa.
El ojo se abrió, alumbrando el entorno. Waton no pudo reprimir, del susto, un salto hacia atrás.
- Es mi dragón, Cosquirapotiarcos. Estamos conectados telepáticamente.
Tras zarandearse, el dragón desperezóse con tal fuerza, que tanto Waton como Mente de Ajueras fueron desplazados varios metros. Tras recobrarse, Waton observó a la bestia, sin poder apartar su mirada de ella.
- Es... es...
- Es el último ejemplar de draco pellagunensis, ¡especie de dragón que ya no existe! - comentó Mente de Ajueras con gesto reverencial.
- ... y es de color rosa. - añadió Waton.
- En efecto.
Mente de Ajueras levantó los brazos y, tras unos segundos, Cosquirapotiarcos se posó bocabajo sobre el suelo. Su cabeza miraba hacia Waton, quien no se atrevía a acercarse a la bestia. Ésta emitió unos extraños ronroneos.
- Te está invitando a que le montes... le he ordenado telepáticamente luchar contra la bestia del ojo de la luna.
- ¡Es un dragón rosa! - volvió a comentar Waton.
- ¿Tienes miedo? - le preguntó el filósofo con aire picarón.
- ¡No tengo miedo a nada! - Exclamó Waton, y con ímpetu se subió a la cabeza de Cosquirapotiarcos, escalando por las escamas de su mejilla derecha.
- Le has caído bien a Cosqui.
Una vez Waton estuvo bien montado, Cosquirapotiarcos giró su cabeza hacia el techo y volvió a emitir extraños sonidos de su garganta.
- ¡Buena suerte, amigo Waton! Está preparándose para despegar el vuelo.
- Pero... - dijo Waton asustado, mirando hacia arriba. - ¡Hay techo! ¡Vamos a matarnos!
- ¡Oh, sí, hay techo! ¡Es la primera vez que va a romperlo!
- ¿¿Romperlo?? - Gritó Waton mientras Cosquirapotiarcos se impulsaba enérgicamente hacia arriba. Desde abajo, Mente de Ajueras se divertía y reía a carcajadas viendo la cara de terror de Waton, quien gritaba con todas sus fuerzas.
Cosquirapotiarcos y Waton atravesaron el ancho techo y todo el cielo se llenó de paja y madera. Una vez se hubo despejado, Waton sólo podía contemplar todas las estrellas que le rodeaba en el amplio cielo del día que no tiene sol.
- ¡Cosquirapotiarcos, confío en tí! - Gritó Waton lleno de júbilo mientras se agarraba aún más a la cabeza de la bestia. Ésta inundó el cielo con un portentoso grito y comenzó a volar a velocidad de pájaro.
Por encima de las nubes Waton divisaba todo el pueblo. Pudo observar el gentío que se agolpaba en la plaza del pueblo, justo a las puertas de la panadería de Mamá Lacona, quien había decidido no abrir su establecimiento pues no amanecía. Pero tras ver a sus vecinos tan pequeños como hormiguitas, Waton cerró los ojos y disfrutó del vuelo.
Abrió los ojos al escuchar del horizonte un escalofriante rugido. En el bosque de las afueras del pueblo cientos de hombres luchaban contra una gran y terrorífica sierpe emplumada; ésta, con numerosas lanzas de madera clavadas entre sus escamas, se retorcía y rugía con dolor.
Los hombres, maravillados al ver a Waton montado en un gigante dragón de color rosa, apartaron la mirada de la sierpe emplumada y se retiraron unos metros, temerosos.
- ¡Es Waton con otra bestia! - dijo alguno, mientras Cosquirapotiarcos hacía temblar la tierra al aterrizar violentamente al lado de la sierpe emplumada. Ésta, sintiéndose amenazada, le rugió con todas sus fuerzas. Waton, llevado por el aliento de la sierpe, cayó rodando de la cabeza de Cosquirapotiarcos y aterrizó en su cola. Mientras se agarraba con fuerza a ésta, escuchaba cómo Cosquirapotiarcos respondía a la sierpe con extraños e inentendibles ruiditos guturales. Ningún presente movía un solo músculo.
- ¡Parece ser que están hablando! - Dijo alguien tras unos segundos de desconcierto. En efecto, pasaron minutos de extraños sonidos entre Cosquirapotiarcos y la sierpe emplumada, y Waton, sin miedo a nada, volvió a escalar por Cosquirapotiarcos y de nuevo se situó en su cabeza. Tras observar la terrorífica bestia emplumada, dio unos pasos y, aprovechando que ésta abrió su boca mostrando la lengua, saltó hacia ella y penetró en el interior del grotesco animal.
- ¡Se ha comido a Waton! - dijeron algunos, mientras otros aseguraban que Waton estaba loco y era un suicida. Presos del pánico irracional, todos los presentes comenzaron a correr hacia un lado y hacia otro durante minutos, mientras hablaban y discutían las dos bestias en algún extraño idioma monstruoso, hasta que volvió a aparecer Waton, lleno de babas y de algún líquido viscoso y verde, por la boca de la sierpe emplumada. Llevaba la luna en sus manos. La mostró a todos levantando sus brazos, como si de un trofeo se tratase, y todos comenzaron a aplaudir y a vociferar. Tal fue el desconcierto y el algarabío, que nadie se percató de que Mente de Ajueras llegaba corriendo al bosque.
Waton, con la luna en sus manos, saltó a la cabeza de Cosquirapotiarcos y Mente de Ajueras, cerca ya de éste, se paró en seco y levantó sus manos al cielo.
- ¡La bestia quiere paz! - exclamó con su particular carisma el filósofo. - Ha llegado aquí de lejanas tierras; su nombre es Quetzal y dice que se encuentra perdido y asustado.
Todos comenzaron a gritar de alegría y a celebrarlo. Waton, con la luna aún en sus manos, se giró a Quetzal y le dijo:
- ¡Quédate con nosotros! Enróscate en mi torre, que tu cabeza sea la techumbre, y en lugar de las escaleras, me subiré a tí para llegar al cielo. ¿Querrías?
Quetzal miró a Waton y le sonrió.
Aquel día no amaneció, y el pueblo entero, después de todo, se reunió en el bosque para celebrarlo mientras cantaba, bailaba, reía y comía alrededor de una gigante hoguera. Quetzal pronto se quedó dormido bocarriba encima de un claro, sintiendo el calor de la hoguera y escuchando el clamor del gentío, y Cosquirapotiarcos, con la cabeza apoyada en la panza de éste, parecía tener algo de frío, pues a medida que pasaba el rato se acurrucaba cada vez más cerca de Quetzal... y sus ensordecedores ronquidos podían escucharse en todos los rincones del pueblo.
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